Caída de telón.
O así le hubiese gustado a él para no tener que presenciar esos horribles créditos, en los que resaltaba la función de cada participante para que las familias se enorgulleciesen de unas letras monocromas deslizándose por la pantalla. Con una canción de fondo del grupo de rock que copaba las listas de éxito en ese momento intentando resumir vagamente las dos horas de filme.
Conforme su vista se fue habituando al cambio de intensidad de la luz fue observando a la gente salir por la puerta situada en la esquina, en un rincón oscuro, como si no quisiese molestar.
Había de todo: carcajadas en grupo, una chica secándose las lágrimas y estrangulando su nariz con gran sonoridad, una pareja caminando separada por varios pasos con gesto serio, ella delante, …
Nadie parecía reflexionar sobre los ciento veinte minutos de imagen y sonido que acababan de contemplar. Ciento veinte minutos olvidados en un segundo. Siempre era así.
La claridad y la oscuridad se entremezclaron al cruzar por debajo de la puerta en un difuso crepúsculo. En ese momento fue de nuevo consciente de su compañía.
La miró primero con cara ausente para después describir una sonrisa, con los ojos fijos en los suyos al mismo tiempo que deslizaba su brazo derecho por la cintura de ella atrayéndola hacia si. Ella deslizó automáticamente su mano izquierda buscando entrelazar los dedos de la mano que la aferraban hacia él.
- ¿Qué te ha parecido? – le dijo, atrayéndola aún más.
Ella hizo un gesto contrariado, nunca expresaba con palabras sus disgustos en un intento de agradarle y hacerle feliz, pero su cara siempre le traicionaba.
- Bueno, no ha estado mal ... - dejó caer las palabras con lentitud, casi de forma premeditada.
- ¿Qué es lo que no te ha gustado? – inquirió el.
- Pues el final... El protagonista. Durante toda la película parece tan ejemplar... y acaba de forma tan cobarde. No lo sé, una desilusión supongo.
- Pues yo pienso que es una forma bastante poética de morir, de dejarlo todo atrás, de reafirmar tu persona hasta la muerte,... Algo heroico.
Como un resorte ella le golpeó con el codo libre en el costado:
- ¡No digas eso!
Lo dijo con un brillo en sus ojos, un vitalismo exacerbado. Esa cara tan adorable de niña refunfuñando ante la que sólo podía responder con una carcajada que hacía que las facciones de ella se agudizasen aún más.
- ¡Hey! Cuidado boxeadora, jaja.
Se despegó un poco de ella para abrirle la puerta del coche, no sin antes acariciarle con suavidad la línea de la mandíbula hasta llegar al mentón y deslizarle un beso breve en los labios.
Dentro del coche.
Era como un mundo paralelo a tres minutos de la puerta del cine. Era increíble el paso de estar completamente rodeado de gente a sentir tal soledad y quietud por el mero hecho de entrar en aquel automóvil. Esa sensación le reconfortaba. Antes de arrancar el ruidoso motor de la cascarria de automóvil que conducía se detuvo a mirar la cara de ella.
Nunca había creído en el concepto de la belleza, o al menos no le había prestado atención. Siempre se había considerado indiferente hacia el aspecto exterior de la gente. No estaba en la superficie corporal de las personas lo que él buscaba.
Es más, en ocasiones la belleza le parecía un auténtico estorbo, una distracción a los sentidos, algo afuncional, un mero afeite excesivamente recargado. Él mismo nunca era consciente de su propio cuerpo, sólo existía delante de un espejo, el resto del tiempo no era más que carne y huesos con los que tenía que cargar.
Sin embargo él sabía que resultaba atractivo. No lo comprendía, puesto que no consideraba que su cara, su cuerpo, cumpliesen los cánones de belleza impuestos culturalmente. Aun más, le irritaba el conocimiento de ese hecho. Le molestaban esas miradas al pasar por delante de un grupo de chicas que se ruborizaban cual quinceañeras a su paso, que se callaban y seguían perfectamente la trayectoria de sus pasos. Era denigrante, para ellas y para él.
No lo comprendía hasta hace relativamente poco.
Ella.
No siempre había sido así. En realidad, al principio, al poco de conocerla, y por su tendencia a olvidarse de lo externo, no cayó en la cuenta.
Hasta que eso cambió. Sin saber por qué y sin estar revestida la situación de ningún halo de importancia o trascendencia la miró. La vio en sus propias narices.
Era embriagadora para todos los sentidos, de una forma incluso hiriente. Era como si la vista, el olfato, el oído y el tacto se hubiesen sobrecargado y vuelto adictos a esos gestos, a ese olor, su voz y su piel.
No es que todo desapareciese a su alrededor y fuese el único punto brillante de la habitación. No era así. Más bien ella reflejaba toda la bondad, todo lo bello que tuviese a su alcance magnificándolo, como un sol que hace brillar el agua cristalina de un río con sus rayos de luz. Convirtiéndose en el eje principal en varios metros a la redonda.
Y así la veía sentada en el coche, transformando su gesto de niña en una sonrisa seductora.
Ella era la excepción.