sábado, 28 de febrero de 2009

Capítulo 2: Blood Bank




Caída de telón.

 

O así le hubiese gustado a él para no tener que presenciar esos horribles créditos, en los que resaltaba la función de cada participante para que las familias se enorgulleciesen de unas letras monocromas deslizándose por la pantalla. Con una canción de fondo del grupo de rock que copaba las listas de éxito en ese momento intentando resumir vagamente las dos horas de filme.

 

Conforme su vista se fue habituando al cambio de intensidad de la luz fue observando a la gente salir por la puerta situada en la esquina, en un rincón oscuro, como si no quisiese molestar.

 

Había de todo: carcajadas en grupo, una chica secándose las lágrimas y estrangulando su nariz con gran sonoridad, una pareja caminando separada por varios pasos con gesto serio, ella delante, …

 

Nadie parecía reflexionar sobre los ciento veinte minutos de imagen y sonido que acababan de contemplar. Ciento veinte minutos olvidados en un segundo. Siempre era así.

 

La claridad y la oscuridad se entremezclaron al cruzar por debajo de la puerta en un difuso crepúsculo. En ese momento fue de nuevo consciente de su compañía.

 

La miró primero con cara ausente para después describir una sonrisa, con los ojos fijos en los suyos al mismo tiempo que deslizaba su brazo derecho por la cintura de ella atrayéndola hacia si. Ella deslizó automáticamente su mano izquierda buscando entrelazar los dedos de la mano que la aferraban hacia él.

 

- ¿Qué te ha parecido? – le dijo, atrayéndola aún más.

 

Ella hizo un gesto contrariado, nunca expresaba con palabras sus disgustos en un intento de agradarle y hacerle feliz, pero su cara siempre le traicionaba.

 

- Bueno, no ha estado mal ... - dejó caer las palabras con lentitud, casi de forma premeditada.

 

- ¿Qué es lo que no te ha gustado? – inquirió el.

 

- Pues el final... El protagonista. Durante toda la película parece tan ejemplar... y acaba de forma tan cobarde. No lo sé, una desilusión supongo.

 

- Pues yo pienso que es una forma bastante poética de morir, de dejarlo todo atrás, de reafirmar tu persona hasta la muerte,... Algo heroico.

 

Como un resorte ella le golpeó con el codo libre en el costado:

 

- ¡No digas eso!

 

Lo dijo con un brillo en sus ojos, un vitalismo exacerbado. Esa cara tan adorable de niña refunfuñando ante la que sólo podía responder con una carcajada que hacía que las facciones de ella se agudizasen aún más.

 

- ¡Hey! Cuidado boxeadora, jaja.

 

Se despegó un poco de ella para abrirle la puerta del coche, no sin antes acariciarle con suavidad la línea de la mandíbula hasta llegar al mentón y deslizarle un beso breve en los labios.

 

 

 

Dentro del coche.

 

Era como un mundo paralelo a tres minutos de la puerta del cine. Era increíble el paso de estar completamente rodeado de gente a sentir tal soledad y quietud por el mero hecho de entrar en aquel automóvil. Esa sensación le reconfortaba. Antes de arrancar el ruidoso motor de la cascarria de automóvil que conducía se detuvo a mirar la cara de ella.

 

Nunca había creído en el concepto de la belleza, o al menos no le había prestado atención. Siempre se había considerado indiferente hacia el aspecto exterior de la gente. No estaba en la superficie corporal de las personas lo que él buscaba.

 

Es más, en ocasiones la belleza le parecía un auténtico estorbo, una distracción a los sentidos, algo afuncional, un mero afeite excesivamente recargado. Él mismo nunca era consciente de su propio cuerpo, sólo existía delante de un espejo, el resto del tiempo no era más que carne y huesos con los que tenía que cargar.

 

Sin embargo él sabía que resultaba atractivo. No lo comprendía, puesto que no consideraba que su cara, su cuerpo, cumpliesen los cánones de belleza impuestos culturalmente. Aun más, le irritaba el conocimiento de ese hecho. Le molestaban esas miradas al pasar por delante de un grupo de chicas que se ruborizaban cual quinceañeras a su paso, que se callaban y seguían perfectamente la trayectoria de sus pasos. Era denigrante, para ellas y para él.

 

No lo comprendía hasta hace relativamente poco.

 

Ella.

 

No siempre había sido así. En realidad, al principio, al poco de conocerla, y por su tendencia a olvidarse de lo externo, no cayó en la cuenta.

 

Hasta que eso cambió. Sin saber por qué y sin estar revestida la situación de ningún halo de importancia o trascendencia la miró. La vio en sus propias narices.

 

Era embriagadora para todos los sentidos, de una forma incluso hiriente. Era como si la vista, el olfato, el oído y el tacto se hubiesen sobrecargado y vuelto adictos a esos gestos, a ese olor, su voz y su piel.

No es que todo desapareciese a su alrededor y fuese el único punto brillante de la habitación. No era así. Más bien ella reflejaba toda la bondad, todo lo bello que tuviese a su alcance magnificándolo, como un sol que hace brillar el agua cristalina de un río con sus rayos de luz. Convirtiéndose en el eje principal en varios metros a la redonda.

 

Y así la veía sentada en el coche, transformando su gesto de niña en una sonrisa seductora.

 

Ella era la excepción.

Capítulo 1: Society




Así acabaría todo.

 

Un ruido de pisadas a su espalda, un grito ahogado y el aullido del viento colándose entre dos esquinas alardeando de su magnificencia al estrellarse en su nuca. Parecía intentar impulsarle, darle alas y aliento para lo que había ido a hacer a aquel lugar. De alguna manera, y quizá por vía de su subconsciente, un pensamiento atravesó su cerebro.

 

Comprensión. Nunca había buscado algo con más fuerza ni ahínco que la comprensión. Y no fue hasta ese momento, con el viento convertido en brisa acariciando su mejilla, cuando lo interiorizó.

 

- ¡No saltes!

 

Una voz se elevó a su espalda por encima del sonido alborotado de la calle repleta de cabezas, que, en pleno enfervorecimiento navideño recorrían las aceras buscando su última necesidad autoimpuesta. No fue por su volumen, sino por la emoción atada a ella.

 

Deslizó su mirada por detrás del costado y la vio, de pie, con la cara descompuesta y las lágrimas cubriendo sus mejillas dando un aspecto aún más febril a su mirada.

 

Sin embargo, eso no le llamó la atención tan vivamente como la posición de su cuerpo, a fin de cuentas ¿quién no lloraría en semejante situación? Era lo más normal del mundo, una expresión diferente en su cara hubiese sido insultante, de una ridiculez y absurdez extrema que sólo empañaría el perfecto escenario que él buscaba.

 

No, lo que captó su mente en un instante de lucidez fueron sus brazos.

 

Si, sus brazos se extendían hacia el suelo formando una perpendicular inmisericorde con las palmas de las manos apegadas a su cuerpo simbolizando que ni siquiera en ese momento pensaba ceder en su postura. La postura de abatimiento la llamaba él.

 

Aquello no le resultó sorprendente, ya había visto esa expresión en su cuerpo antes. Demasiadas veces...

 

- ¡No lo hagas por favor!... ¿Me estás escuchando siquiera?

 

Dio un paso hacia el borde contemplando la calle en toda su totalidad y la gente acaparando todo el espacio.

 

- ¡Por favor! ¡No quieres hacerlo!  

 

Como un latigazo que obtiene por respuesta inmediata un grito, él se dio la vuelta y dejó ver en su cara esa mueca torcida que tanto la atraía a ella, una sonrisa sardónica, una diagonal en sus facciones irregulares y más significativa que cualquier palabra.

Volvió a darse la vuelta para encarar el afilado borde con sus pies. Otro paso.

 

- ¡No! Te amo... todos te queremos, ¿No lo ves? - su voz cada vez sonaba más apagada.

 

Su carcajada retumbó en el aire. Otro paso.

 

- No puedes verlo... ¡eres tan egoísta que no piensas en el sufrimiento que nos provocas!

 

De nuevo otro latigazo, pero este nuevo golpe no le pilló por sorpresa como el anterior. Por supuesto que había pensado en ello, había sopesado cada lágrima de sus familiares y amigos.

 

¿Como podía simplemente acudir ese razonamiento a su mente? Desesperación... o quizá la ausencia de ella, un gesto similar al de sus brazos.

 

Otro paso más y de pronto no hubo ninguna barrera entre el suelo y él.

 

- Te amo... No me hagas esto - la voz era ya un susurro que se diluía con el viento que atronaba de nuevo.

 

De repente él salió de su silencio, al que siempre acudía y en el que tanto se regodeaba, para despedazar lo poco que quedaba tras de si, sólo acortaba el camino.

 

- No entiendes nada, nunca lo has comprendido. Y lo peor de todo es que nunca lo has intentado y que nunca lo descubrirás, ese es tu problema. Vuestro problema...

 

Como el disparo de un juez de línea ese fue el detonante, la excusa para despegar el pie del suelo y aproximarlo al vacío, para desplegar sus brazos y sentirse arropado por el aire que lo empujaba ferozmente, que lo apoyaba en su decisión.

 

Ese mismo disparo activó las piernas de ella que saltó como una pantera hacia el borde del edificio.

 

A partir de ese momento todo fue muy rápido, varios gritos, miradas sorprendidas despertadas de su letargo consumista, un grupo de personas apartándose atropelladamente, un chasquido, voces ahogadas, esquirlas de hueso, horror desencajado en las caras circundantes y de nuevo la mueca torcida en su faz teñida de un rojo brillante y violento, irónicamente navideño, refulgiendo al sol de una mañana invernal de enero.

 

No podía ocurrir de otra manera.

 

 

 

 

viernes, 27 de febrero de 2009

Untitled

Untitled

Soledad encontré,
fiel compañera, 
Parca (en palabras),
bella a su manera.

A la costa me lleva,
princesa de mareas,
para recordar ocasos
yaciendo en su arena.

Refugio del poeta, 
o del que intenta,
pues en ella
la mente vuela.

Es navío sin vela,
sin dirección ni destino,
ni blanca ballena 
que arponear merezca.

No se alimenta
de fría venganza,
sino del crepúsculo
de un alma serena.


Intro

Buenas.

Sin ánimo de entretener ni aburrir esto no es más que una recopilación de lo que se me pasa por la cabeza: poemas, pequeños relatos, algo de música, reflexiones, etc.