sábado, 28 de febrero de 2009

Capítulo 1: Society




Así acabaría todo.

 

Un ruido de pisadas a su espalda, un grito ahogado y el aullido del viento colándose entre dos esquinas alardeando de su magnificencia al estrellarse en su nuca. Parecía intentar impulsarle, darle alas y aliento para lo que había ido a hacer a aquel lugar. De alguna manera, y quizá por vía de su subconsciente, un pensamiento atravesó su cerebro.

 

Comprensión. Nunca había buscado algo con más fuerza ni ahínco que la comprensión. Y no fue hasta ese momento, con el viento convertido en brisa acariciando su mejilla, cuando lo interiorizó.

 

- ¡No saltes!

 

Una voz se elevó a su espalda por encima del sonido alborotado de la calle repleta de cabezas, que, en pleno enfervorecimiento navideño recorrían las aceras buscando su última necesidad autoimpuesta. No fue por su volumen, sino por la emoción atada a ella.

 

Deslizó su mirada por detrás del costado y la vio, de pie, con la cara descompuesta y las lágrimas cubriendo sus mejillas dando un aspecto aún más febril a su mirada.

 

Sin embargo, eso no le llamó la atención tan vivamente como la posición de su cuerpo, a fin de cuentas ¿quién no lloraría en semejante situación? Era lo más normal del mundo, una expresión diferente en su cara hubiese sido insultante, de una ridiculez y absurdez extrema que sólo empañaría el perfecto escenario que él buscaba.

 

No, lo que captó su mente en un instante de lucidez fueron sus brazos.

 

Si, sus brazos se extendían hacia el suelo formando una perpendicular inmisericorde con las palmas de las manos apegadas a su cuerpo simbolizando que ni siquiera en ese momento pensaba ceder en su postura. La postura de abatimiento la llamaba él.

 

Aquello no le resultó sorprendente, ya había visto esa expresión en su cuerpo antes. Demasiadas veces...

 

- ¡No lo hagas por favor!... ¿Me estás escuchando siquiera?

 

Dio un paso hacia el borde contemplando la calle en toda su totalidad y la gente acaparando todo el espacio.

 

- ¡Por favor! ¡No quieres hacerlo!  

 

Como un latigazo que obtiene por respuesta inmediata un grito, él se dio la vuelta y dejó ver en su cara esa mueca torcida que tanto la atraía a ella, una sonrisa sardónica, una diagonal en sus facciones irregulares y más significativa que cualquier palabra.

Volvió a darse la vuelta para encarar el afilado borde con sus pies. Otro paso.

 

- ¡No! Te amo... todos te queremos, ¿No lo ves? - su voz cada vez sonaba más apagada.

 

Su carcajada retumbó en el aire. Otro paso.

 

- No puedes verlo... ¡eres tan egoísta que no piensas en el sufrimiento que nos provocas!

 

De nuevo otro latigazo, pero este nuevo golpe no le pilló por sorpresa como el anterior. Por supuesto que había pensado en ello, había sopesado cada lágrima de sus familiares y amigos.

 

¿Como podía simplemente acudir ese razonamiento a su mente? Desesperación... o quizá la ausencia de ella, un gesto similar al de sus brazos.

 

Otro paso más y de pronto no hubo ninguna barrera entre el suelo y él.

 

- Te amo... No me hagas esto - la voz era ya un susurro que se diluía con el viento que atronaba de nuevo.

 

De repente él salió de su silencio, al que siempre acudía y en el que tanto se regodeaba, para despedazar lo poco que quedaba tras de si, sólo acortaba el camino.

 

- No entiendes nada, nunca lo has comprendido. Y lo peor de todo es que nunca lo has intentado y que nunca lo descubrirás, ese es tu problema. Vuestro problema...

 

Como el disparo de un juez de línea ese fue el detonante, la excusa para despegar el pie del suelo y aproximarlo al vacío, para desplegar sus brazos y sentirse arropado por el aire que lo empujaba ferozmente, que lo apoyaba en su decisión.

 

Ese mismo disparo activó las piernas de ella que saltó como una pantera hacia el borde del edificio.

 

A partir de ese momento todo fue muy rápido, varios gritos, miradas sorprendidas despertadas de su letargo consumista, un grupo de personas apartándose atropelladamente, un chasquido, voces ahogadas, esquirlas de hueso, horror desencajado en las caras circundantes y de nuevo la mueca torcida en su faz teñida de un rojo brillante y violento, irónicamente navideño, refulgiendo al sol de una mañana invernal de enero.

 

No podía ocurrir de otra manera.

 

 

 

 

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