5 meses antes...
Beep... beep.... beep... beep...
Una opresión en el pecho.
- ¿Diga?
- ¿Tío? ¿Qué haces un sábado dormido a las ocho de la tarde? Mira que eres raro... Bueno chaval, te llamaba para decirte que hemos quedado todos para tomar algo esta noche.
- Joder vaya puto susto... ¿Quiénes vais?
- ¿Cómo que quiénes? Pues todos, ¡quiénes van a ser!, tus amigos de toda la vida.
Silencio.
- Bueno, lo dicho, a las once donde siempre. Anímate joder, que va a estar bien. Además, Ariadna ha llamado a una amiga suya para que venga. Así que arréglate, que vas siempre hecho un pordiosero.
Silencio.
- Nos vemos ¿vale? Hasta luego.
- Adios.
Otro beep, ahora el de la línea interrumpida.
- Un día de estos mando el móvil a la puta mierda... Me despierta y encima me pone de pordiosero, hay que joderse...
La ventana y la puerta cerradas, la persiana desplomada dejando pasar rendijas de luz, un ambiente semioscuro cargado de olor y sudor. Ese despertar tan extraño en el que no se sabe si se está soñando o en vigilia, vivo o muerto.
Fue al baño refunfuñando y se plantó frente al espejo.
Lo cierto es que no tenía buena cara. Las ojeras, la barba dejada, el pelo enmarañado.
Cada vez más delgado.
Desde que...
Se metió en la ducha. Minutos de paz. Vuelta a la realidad.
El armario aún más vacío que las paredes de su habitación.
Los mismos vaqueros rotos de siempre, cualquier camiseta, zapatillas de hace unos años.
Total, ¿acaso marca la diferencia arreglarse más o menos?¿Vestirse de tal o cual manera? ¿De verdad alguien le presta atención a estas cosas?
No podía dejar de pensar en eso mientras preparaba la cena: algo de pasta, manzana, nueces, orégano. Suave. La llamada le había quitado el poco hambre del que la falta de sueño le privaba casi totalmente.
No le apetecía salir. Y mucho menos tener que entablar conversación con una desconocida, con la que Ariadna, como no, había quedado con la intención de que congeniasen.
- ¡Vaya! ¡Al final has venido! Si te soy sincero no pensaba que fueses a aparecer - dijo Marc.
- Pues aquí estoy, ya ves...
- No es para tanto ¿verdad? - dijo Edie sonriendo.
- Pues no sé que decirte, sinceramente.
- Un poco más de espíritu ¿no? Venga, te invito a la primera.
El mismo bar de siempre. La misma gente, la misma sonrisa falsa de la camarera al pedir la misma pinta de cerveza. El mismo cambio, las mismas caras sentadas frente a él con disimulada preocupación. La misma conversación banal de siempre: el último reality show donde gilipollas se dedican a hacer de si mismos, trabajo, fútbol, compras, trabajo, otro chinchorreo, trabajo, etc. Todo igual.
Excepto la desconocida, sentada entre Ariadna y Marc. Nora o Norma, no había entendido bien su nombre, no hablaba, simplemente se dedicaba a mirar y sonreir. Le sonaba de algo, quizá fuese de esas caras que se reconocen en muchas personas. Rasgos comunes y ese tipo de historias.
La conversación se había convertido en una pequeña discusión en la que Marc y Ariadna se habían enzarzado alzando la voz más de lo normal. Todo el bar estaba pendiente de ellos.
Había notado que sus piernas, ya de por si inquietas, habían acelerado su ritmo incansable, el tamborileo de sus dedos sobre la mesa era más evidente, incluso estaba sudando aunque la calefacción del bar no estaba encendida.
No sabía que le pasaba. Lo único que podía ver era a la desconocida sonriéndole.
Visión borrosa, una dolor machacante en la sien acrecentado por el ruido de la conversación.
Ella mirándole.
Naúseas. Comenzaba a marearse.
¿Qué había cambiado?
¿La cena? No, no estaba en mal estado.
¿El ruido? No era para tanto.
El calor era asfixiante.
Seguía mirándole, ahora con preocupación en su semi-conocido rostro.
¿Ella?
¡Ella!
Si, era ella. Tenía que ser ella. Ella era la variante dentro de lo habitual.
Ella le incomodaba.
Y no sabía por qué.