martes, 31 de marzo de 2009

Hoy me faltan versos

Hoy no hablo con palabras desgastadas.
No menciono rosas ni marfil. 
Ni comparo juncos con piernas delgadas,
ni nombro la miel al cabellos describir.

Ni fresas para los labios, aturdidores del sentido. 
Ni el sol para la mirada, ni estrellas,
o quizá la luna siquiera.
No hablaré sobre lunares escondidos.

Hoy podría hablar con cien adjetivos,
muchos conocidos,  inventados algunos.
¿Cual sería su uso?

Hoy me faltan los versos,  no hay otra realidad:
todos serían eclipsados, 
por un mar siempre en calma, 
que me ha inundado.

Mirada. 

Sonrisa.

Y alma.

lunes, 30 de marzo de 2009

¿Por qué?

¿Por qué callas si te explota la mirada?
¿Por qué este desierto se ha cubierto
de verde y espinas doradas?

¿Cómo ignorar que volvemos a chocar,
como siempre, al compás del sonido?
¿Cómo mentir si sonrío?

Si sentimos el impacto de la noche
en nuestros labios mudos y fríos,
si te beso como un crío.

¿Por qué callo si quiero gritarte?
¿Por escuchar mi pregunta incierta?
¿O es por este miedo?

¿Y si temo romper este fino hielo,
que atraviesa mi descanso
y protege mi destino

por qué nombrar al olvido?
Si sigo robando silencios.
Si siempre he sentido.

lunes, 23 de marzo de 2009

Alas de plata

He visto lunas arder entre suspiros,
rocas deshechas, bosques encendidos.
El rumor de la ciudad en llamas
crepitando, contorsión inflamada.

He visto al agua aplastar toneladas
de mil planetas sumergidos.
La tormenta arrancar nidos
de ramas anegadas, torrentes.

He visto resquebrajar continentes
elevarse huracanes y tornados
para descender destrozando
las luces resplandecientes.

He visto la tierra abierta, en canal,
Sangre brotar, savia, maná.
Laderas de montañas agrietadas.
Trigo, vino y madera astillada.

He visto lluvias de fuego y reyes
He visto polvo y alas de plata.

Inspirado en The Alchemy Index - Thrice

miércoles, 18 de marzo de 2009

Un año a la espalda

Olor a tierra mojada
que se le clava, 
cada gota de agua
en su faz impacta.

Paso lene en un manto
de sal, encadenado
al eterno desencanto
de su eterno pasado.

Cada brizna de sol
remueve su mente,
despierta el dolor.
Recuerda, no siente.

Se cruza un alma
y crece la sensación.
Un año a la espalda
y un nuevo corazón.

martes, 17 de marzo de 2009

Nuestro primer charco

"Se alza a la entrada de la ciudad, como un cartel de bienvenida, como una excusa para poder mirar hacia arriba, como un punto de luz infinito que recorre su cielo, como un puente capaz de unir dos mundos que bajo su silueta permanecen invisiblemente separados.

Las siete esencias de la existencia, visitan la ciudad no muy a menudo y durante unos escasos minutos. Ya no resultan mágicas para muchos. Se han convertido en una teoría.

Nuestra curiosidad, invencible por naturaleza, sin intención de hacer daño, reduce nuestra felicidad, convierte los sueños en máscaras, convierte las luces en números , convierte las sonrisas en músculos.

Con los años, desde que existe el tiempo, la ignorancia ha ido disminuyendo, y tan sólo se nos otorga en forma de regalo durante nuestra infancia. Poco a poco convertiremos ese regalo, esa ilusión, en un millón de preguntas, para las cuales ya existen millones de respuestas.

Y nos sentimos orgullosos por no creer en fantasías, en mundos paralelos capaces de justificar nuestra existencia más allá de nuestros sentidos.

Que lejos queda nuestro primer charco, nuestro primer espejo, nuestro primer cielo estrellado, aquel ratón invisible, nuestro primer arcoiris.
Es tiempo de condensación, de reflexión, de telescopios, de dientes rotos, de teorías"

sábado, 14 de marzo de 2009

Capítulo 4: Here in my room





Aún le costaba dormir, no lograba dejarse llevar de la mano de Hipnos para adentrarse en confusos mundos de colores entremezclados, como en la paleta de un pintor.

Pero algo había cambiado.

Seguía sin dormir pero pasaba las horas haciendo algo mucho mejor, algo que le reconfortaba.

Noa, así se llamaba ella, reposaba su cabeza sobre el torso de él. Éste se movía al unísono con la respiración, acompasada, superficial y totalmente en calma, de ella.

Lejos de resultarle una postura incómoda disfrutaba de esas horas. 

Pasaba los minutos buscando los lunares escondidos de Noa, se asombraba cuando apretaba los labios si su sueño no era agradable, sonreía a la par que ella cuando era feliz, la abrazaba si temblaba.

Y aunque sus ojos no eran azules él veía océanos en ellos.

Esos ojos, los de ella, que estaban ahora cerrados a un palmo de su cara.

De repente, rompiendo ese sueño que vivía despierto notó la luz que entraba  a través de la ventana impactando contra la pared blanca de su cuarto.

Miró con desgana el despertador.

7:07.

Cada vez prestaba menos atención a la hora. No llevaba reloj, hacía un tiempo que el móvil había quedado recluido a una caja de zapatos bajo la cama. 

Apartando suavemente a Noa para no despertarla bajó de la cama, dejando caer primero un leve beso en la piel de su cadera. Notó el suelo en sus pies desnudos. Le agradaba ese contacto frío, como el del mármol en verano. 

Refrescante.

Igual que la fruta que colgaba de un cesto en su humilde cocina.

Noa seguía dormida. 

Todavía tenía tiempo para correr por la playa como cada mañana a escasos metros de su pequeña casa.

Antes de salir hizo una macedonia con la fruta del cesto: melocotones, peras, platanos, frambuesas, moras; troceados e inmersos en su propio zumo y la dejó preparada en un cuenco blanco, una mezcla de colores y olores embriagadores, en la mesita del cuarto, para ella.

Salió a correr con el viento de cara, con los pies tocando la marea que iba reblandeciendo la arena de la playa, haciendo algo más fácil la carrera. Desde que había dejado de fumar le costaba menos correr. Lo que antes era una obligación puramente por salud ahora se había convertido en un hobby sin el que no podía pasar, una droga que liberaba millones de endorfinas en torrentes a su sangre.

Un pequeño velero con bandera blanca destacaba a unos 15 kilómetros fundiéndose con el sol rojizo emergente en la línea del horizonte. Un sol ligado al amanecer.

Media hora más tarde llegaba sudando a la puerta de la casa junto al mar. 

La puerta estaba abierta. 

Recordaba haberla cerrado antes de irse, aunque no estaba cien por cien seguro. Lo más probable es que Noa se hubiese despertado ya - pensó.

Atravesó el umbral de la puerta de su dormitorio, ahora inundado por la luz. Y también por el sonido de una canción:

"... como cuando saltábamos los charcos 
y nos salpicábamos 
todo era mágico 
si estabas sólo mirando ..."


La vio sentada en la cama con el cuenco vacío entre sus piernas, la cuchara en la boca, saboreando el poco zumo que quedaba en ella, y un lienzo entre sus manos.

Uno de sus lienzos.

- Hola preciosa.

- ¡Hola! - dijo Noa con una sonrisa - Oye, me ha despertado un ruido bajo la cama y no he podido evitar mirar. Era tu móvil. Por cierto, ¿qué hace en una caja de zapatos? Bueno, es igual.
El caso es que al mirar bajo la cama para averiguar que era he visto estos cuadros - a parte del lienzo que sujetaba Noa había otros apoyados contra la pared.

- Ah, los cuadros...

- ¡Si! ¿Por qué nunca me habías dicho nada? Son tuyos ¿no?

- Si, bueno... verás, son de hace mucho tiempo, tampoco tiene mucha importancia...

- ¡Pues a mi me parecen geniales!

- Bah, no son para tanto. Lo que pasa es que todo te parece siempre genial - dijo él soltando una carcajada.

Ella se puso de pie dejando el cuadro en la cama, el cuenco en la mesita y la cuchara aún en la boca.

- Anda, ¡no te burles de mi! - dijo mientras le dio un pequeño empujón - Y no seas tonto, son increíbles.

- Y a mi me parece bien que lo creas - dijo con voz irónica.

Otro empujón, un abrazo, una caricia, luz en toda la habitación, una canción de fondo,  un mar asoma por la ventana, dos océanos en los ojos de ella, una cuchara cae al suelo.

Un beso con sabor a frutas.





Saltando en charcos


viernes, 13 de marzo de 2009

La playa


Si adios no es otro gesto.
Otro encuentro, uno más.
Despierto.

Si es una entre ciento.
Escalofrío nace y muere.
Invento.

Se cuela a gatas.
De mi piel extraña.
Espero.

Es tierra mojada.
Respiro, me sacia.

Arena.

La playa.





miércoles, 11 de marzo de 2009

Tiempo

Todo tiene que ser más rápido, más grande, más práctico, útil y eficiente.

Lo más, vamos.

Estar atrapado en un coche durante un atasco te regala mucho tiempo para pensar.
Y más aún si ves pasar entre dos filas de automóviles a un energúmeno que no merece el sobrenombre de "sapiens", sin casco, por supuesto, y a todo meter.

Y te hace reflexionar sobre la necesidad que tendrá de jugarse su suerte a que a alguien le pique un huevo ese día y abra la puerta de su coche en ese momento o le dé por cambiar de carril.

Tendría prisa, se puede suponer. 

Puede que tenga miles de cosas que hacer y tenga que abogar por la funcionalidad y lo práctico para que le dé tiempo a todo.

Todo tiene que ser práctico, y por tanto útil, más rápido, más grande, para poder disfrutar de la vida en todo su esplendor.

Así tienes teléfonos móviles con sms, mms,  mpx, jpeg, bmp, mpeg, wifi, 3G, mp3,  y todas las abreviaturas (hasta para eso hay que ser práctico y eficiente) que quieras para las innumerables patochadas que te intentan endilgar en un teléfono portátil, a los que sólo le falta que te hagan un risotto mientras te limpian el ojete con papel higiénico aromatizado a las finas hierbas del monte de San Crispín.

Y oye, yo sólo quiero llamar y que me llamen.

Robots de cocina que te preparan todos los tipos de comida imaginables, de una calidad cuestionable, para que no te tengas que preocupar de utilizar tus propias manos ni siquiera para algo tan básico como alimentarte. Ni de cocinar para alguien a quien aprecias, una de las cosas más gratificantes que puede existir. ¡Pero no hay tiempo!

Reproductores de música en los que almacenar miles de canciones a las que ni le vas a buscar el sentido. Coches con la mayor velocidad máxima, a ser posible estratosférica, y no hablemos de caballos, mejor guepardos, para llegar cuanto antes al destino. No vaya a ser que nos despistemos con el paisaje.

Ascensores (mal llamados por cierto, porque tanto suben como bajan) que deberían ser montacargas pero en cambio nos evitan el "suplicio" de subir unas míseras escaleras. Por favor, no nos herniemos. 

Hay que tener la conexión más rápida a internet, cuantos más megas mejor. 

"¿Oiga?" Si, mire, quería contratar los veinte de gigas de conexión de Cagafónica"

"De acuerdo. ¿En que zona vive usted?"

"En Burguillos de Alpedrete"

"Ah, pues verá, es que allí no hay infraestructura para que llegue tanto ancho de banda"

"¿Cómo? ¡Bah! ¡Es igual! Apúnteme a lo de los veinte gigas. ¡Qué hay que estar a la última!¿No sabe usted?"

¿Las películas? No más de cien minutos que si no se hacen muy pesadas, aunque claro, siempre es mejor que dure tres horas a tener que leer el libro. 

Y si hay que leer el libro me lo pone de bolsillo. Gracias.

Las dietas tienen que ser express (como el café). Hay que ponerse a tono para lucir tipito en verano en la playa de moda del sur peninsular. Y a la salud que le den viento fresco.

Los noticiarios resumidos, y los titulares bien grandes. La letra pequeña que se la guarden para los contratos en los que ni siquiera nos dignamos a leerla.

Y yo me pregunto:

¿Qué tendrá que hacer la gente que necesita de tanto tiempo?

Aquí viene lo mejor de todo, el summun: en hacer nada para ellos mismos.














 

martes, 10 de marzo de 2009

Siete días


Siete días sin cambios, siete.
Desisto del rito no escrito,
destapo el mito a gritos
porque son siete sin verte.

No es fácil ser Ulises.
Este barco no hace escalas,
ni me cantan las sirenas,
ninguna isla espera.

Siete pasando a mi lado
sin rozarme siquiera,
primero gloria y luego pena.
Siete días y un año.

Y el agua no logra borrar
(y lo ha intentado)
tu huella descomunal,
mar de sal.


domingo, 8 de marzo de 2009

Verde



Verde, verde esperanza, 
verano de contrastes 
y angustiosa espera.
De kilómetros y carretera.

Todo empezó verde,
no de otra manera, 
pues todo verde
de ingenuidad se alimenta.

Te tornaste inexplicable
pues tus rayos divergían
buscando infinitas dianas.
Retos a tu puntería.

Verde volviste,
más un brillo parecía
que iluminaba tus ojos,
de sueños y alegría.

Verde, verde mentira...
¡Qué si no sería!
Para este alma triste
verde llegaste y verde partiste.



miércoles, 4 de marzo de 2009

Multiplicación

Al margen de "La insoportable levedad del ser", famosísimo libro del escritor checo Milan Kundera,  su obra "La inmortalidad" es una de las mejores que he tenido ocasión de leer en lo que llevo de vida. Es más, ha conseguido ocupar un espacio permanente en el cabecero de la cama. Cosa que no ocurre frecuentemente.

¿A qué viene hablar de "La inmortalidad"?

Me explico. 

En esta novela atípica Kundera expone, entre otras ideas, su teoría de la suma y la resta en cuanto a la forma de denifir la unicidad del yo. Para ello utiliza a dos personajes principales en la historia, hermanas para más inri, Laura y Agnes.

Laura ejemplifica la suma, esto es, para que su yo, su identidad, sea más visible y voluminosa le va añadiendo atributos procurando identificarse con ellos. Sin embargo, al ir sumando elementos externos se corre el riesgo de perder la autenticidad, la esencia, oculta debajo de tanto abigarramiento.

Agnes es el polo contrario, es decir,  resta a su yo todo lo que es externo y prestado, para aproximarse a su pura esencia. En su caso el problema radica en quedarse a cero, exento de esa unicidad.

Bien. Soltado este rollo metafísico ahora va mi teoría.

Ni sumas ni restas, de lo que se trata es de multiplicar.

Tiene su sentido.

Kundera, también en "La inmortalidad" expone que hay una cantidad limitada de gestos para una cantidad ilimitada de personas.

En esto estoy acuerdo. Pero este hecho sugiere más suposiciones.

No sólo hay gestos limitados (sólo hay que fijarse en como la sonrisa de una persona nos recuerda a la de alguien conocido, la manera de mirar, la forma de ceder el paso ante una puerta, etc), también hay ideas limitadas, pensamientos limitados, sentimientos, sensaciones, formas de dar la mano, de besar, de abrazar, incluso problemas de la vida diaria, y una lista infinita de situaciones que son limitadas. 

Es decir, son comunes para un gran número de personas.

Son acciones que se transmiten desde el nacimiento, gestos de los padres a los hijos, por relaciones interpersonales e incluso por la cultura y la sociedad. De repente te descubres saludando a un amigo de la misma forma que lo hace tu padre o tu hermano.

Todos hemos caido enfermos, hemos perdido a alguien cercano, nos hemos enamorado, desenamorado, reido y llorado. Cada uno a su manera, por supuesto, pero la base es la misma.
Sin ir más lejos, todas las formas de arte surgen de la misma necesidad de expresar lo que atañe al alma.

Y sin embargo cada vez nos separamos más, buscamos nuestra identidad, la autenticidad, la unicidad, sin darnos cuenta de que hay más cosas que nos unen de las que nos diferencian.

No es necesario buscar hechos diferenciales para descubrir tu yo, no hay que escuchar otra música, vestir otra ropa, ver otras películas o leer otros libros. 

La clave de la personalidad, de la esencia del yo está en esa multiplicidad de gestos, pensamientos, sentimientos y acciones compartidos con el resto del mundo, pero conjugados de una forma totalmente única en cada individuo. 

Cada persona es única e irrepetible y al mismo tiempo está completamente relacionada con el resto. 

Únicos y multidimensionales.

El problema llega ahora.

Aquel que no quiere ver, que no interioriza lo que es acaba diluido en la masa como una persona anónima y frustrado. Cuando en realidad todos están con él.

El que cree que es único y diferente también se frustra al sentirse completamente solo pues no se da cuenta de quien está rodeado. De gente como él.

Ni suma ni resta. 

Multiplicación, esa es la clave.

 







lunes, 2 de marzo de 2009

Entre arroyos y encinas

Entre arroyos y encinas

Querer romper clichés, 
no ser estratega
de palabras y barreras.
Acariciar las hojas 
donde las aves rezan.

Las manos en la arena 
enterradas.
El horizonte se alinea
con la lluvia y la estela
de una barca.

No adivinar techo 
y el suelo ante los pies,
descansar en mi lecho, 
reconstruir luz y sonido
a una vez.

Atravesar opacidades 
paseando sin pensar
entre arroyos y encinas
transparente, 
como agua en paz.

Los nudos serán motivos 
deshechos entre brisas
tras boyar por este río
a la corriente entregado.

De la risa al llanto 
y del llanto a la sonrisa.


domingo, 1 de marzo de 2009

In silence


Capítulo 3: Division Street



6 meses antes...    

 La habitación se encontraba silenciosa. Una ventana completamente abierta.

A través suya se deslizaban diminutas gotas de lluvia, presagio de la tormenta que habría de desatarse más tarde.


 El despertador acababa de sonar.


 Nunca le había costado mucho despertarse, no rezongaba, no retrasaba la alarma para ganar unos minutos de descanso más. Nunca lo hacía porque durante el sueño la realidad se le echaba encima como si fuese un depredador famélico.

 

No descansaba, por eso mismo también le costaba conciliar el sueño, por eso posponía el momento de sumergirse entre las sábanas.

Habían pasado varios años, había perdido la cuenta, y no conseguía desprenderse de esa sensación.

 

Por eso también tenía esa mirada glauca, tan característica, ahora fija en los nubarrones que se alzaban en el horizonte. Quizá intentando atravesarlos y atisbar la luz que con toda seguridad empujaba desde atrás abriéndose paso en todo su esplendor.

 

Reflexionar no iba con él, es más, intentaba alejar cualquier pensamiento de su cerebro para adentrarse en una rutina inmersa en la práctica. Por utilizar un símil, era como una cadena de montaje cuya cinta nunca se atascaba.

Sin un respiro para darle cancha a los sentimientos.

 

Café sólo.

 

Cigarro.

 

Carrera matutina.

 

Ducha.

 

Atasco.

 

Trabajo.

 

Cigarro.

 

Atasco.

 

Comida.

 

Trabajo.

 

Cena.

 

Cigarro.

 

Lectura.

 

Cama.

 

 

 

Y vuelta a empezar frente a la misma ventana.

 

Ni escuchaba las noticias ni leía los periódicos, hacía tiempo que se había negado su ración de mentiras y falacias. Era un asceta de la palabra hasta el punto de hablar sólo cuando era estrictamente necesario para relacionarse con su entorno.

 

Le resultaba mucho más interesante observar que participar de una sociedad que cada vez se asemejaba más a la antítesis de Dorian Gray. Una posición imparcial y absolutamente objetiva, inocua, amoral, una postura que evitaba el daño.

 

Su mente estaba tan anestesiada que el tiempo fluía en su vida sin hacer mella.

 

Sin embargo lo veía todo con claridad.

 

Con la mirada del soldado que ha visto pasar las miserias y la muerte de la guerra por delante de sus propios ojos, polimorfa pero atemporal. Una mirada llena de certeza y vacía de esperanza.

 

Una mirada insondable, gris como el cielo que se descubría ante la ventana de su solitario dormitorio.  

   

Una canción resonaba contra las paredes de la habitación: 

... a needle dragged across a record slowing down

along Division St. the lights were dying out ...