
Aún le costaba dormir, no lograba dejarse llevar de la mano de Hipnos para adentrarse en confusos mundos de colores entremezclados, como en la paleta de un pintor.
Pero algo había cambiado.
Seguía sin dormir pero pasaba las horas haciendo algo mucho mejor, algo que le reconfortaba.
Noa, así se llamaba ella, reposaba su cabeza sobre el torso de él. Éste se movía al unísono con la respiración, acompasada, superficial y totalmente en calma, de ella.
Lejos de resultarle una postura incómoda disfrutaba de esas horas.
Pasaba los minutos buscando los lunares escondidos de Noa, se asombraba cuando apretaba los labios si su sueño no era agradable, sonreía a la par que ella cuando era feliz, la abrazaba si temblaba.
Y aunque sus ojos no eran azules él veía océanos en ellos.
Esos ojos, los de ella, que estaban ahora cerrados a un palmo de su cara.
De repente, rompiendo ese sueño que vivía despierto notó la luz que entraba a través de la ventana impactando contra la pared blanca de su cuarto.
Miró con desgana el despertador.
7:07.
Cada vez prestaba menos atención a la hora. No llevaba reloj, hacía un tiempo que el móvil había quedado recluido a una caja de zapatos bajo la cama.
Apartando suavemente a Noa para no despertarla bajó de la cama, dejando caer primero un leve beso en la piel de su cadera. Notó el suelo en sus pies desnudos. Le agradaba ese contacto frío, como el del mármol en verano.
Refrescante.
Igual que la fruta que colgaba de un cesto en su humilde cocina.
Noa seguía dormida.
Todavía tenía tiempo para correr por la playa como cada mañana a escasos metros de su pequeña casa.
Antes de salir hizo una macedonia con la fruta del cesto: melocotones, peras, platanos, frambuesas, moras; troceados e inmersos en su propio zumo y la dejó preparada en un cuenco blanco, una mezcla de colores y olores embriagadores, en la mesita del cuarto, para ella.
Salió a correr con el viento de cara, con los pies tocando la marea que iba reblandeciendo la arena de la playa, haciendo algo más fácil la carrera. Desde que había dejado de fumar le costaba menos correr. Lo que antes era una obligación puramente por salud ahora se había convertido en un hobby sin el que no podía pasar, una droga que liberaba millones de endorfinas en torrentes a su sangre.
Un pequeño velero con bandera blanca destacaba a unos 15 kilómetros fundiéndose con el sol rojizo emergente en la línea del horizonte. Un sol ligado al amanecer.
Media hora más tarde llegaba sudando a la puerta de la casa junto al mar.
La puerta estaba abierta.
Recordaba haberla cerrado antes de irse, aunque no estaba cien por cien seguro. Lo más probable es que Noa se hubiese despertado ya - pensó.
Atravesó el umbral de la puerta de su dormitorio, ahora inundado por la luz. Y también por el sonido de una canción:
"... como cuando saltábamos los charcos
y nos salpicábamos
todo era mágico
si estabas sólo mirando ..."
y nos salpicábamos
todo era mágico
si estabas sólo mirando ..."
La vio sentada en la cama con el cuenco vacío entre sus piernas, la cuchara en la boca, saboreando el poco zumo que quedaba en ella, y un lienzo entre sus manos.
Uno de sus lienzos.
- Hola preciosa.
- ¡Hola! - dijo Noa con una sonrisa - Oye, me ha despertado un ruido bajo la cama y no he podido evitar mirar. Era tu móvil. Por cierto, ¿qué hace en una caja de zapatos? Bueno, es igual.
El caso es que al mirar bajo la cama para averiguar que era he visto estos cuadros - a parte del lienzo que sujetaba Noa había otros apoyados contra la pared.
- Ah, los cuadros...
- ¡Si! ¿Por qué nunca me habías dicho nada? Son tuyos ¿no?
- Si, bueno... verás, son de hace mucho tiempo, tampoco tiene mucha importancia...
- ¡Pues a mi me parecen geniales!
- Bah, no son para tanto. Lo que pasa es que todo te parece siempre genial - dijo él soltando una carcajada.
Ella se puso de pie dejando el cuadro en la cama, el cuenco en la mesita y la cuchara aún en la boca.
- Anda, ¡no te burles de mi! - dijo mientras le dio un pequeño empujón - Y no seas tonto, son increíbles.
- Y a mi me parece bien que lo creas - dijo con voz irónica.
Otro empujón, un abrazo, una caricia, luz en toda la habitación, una canción de fondo, un mar asoma por la ventana, dos océanos en los ojos de ella, una cuchara cae al suelo.
Un beso con sabor a frutas.
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